·^14 setiembre, 2005^·

Urogallos

[017]
Se va el invierno, y en los bosques de hayas de Asturias se despeja la helada niebla donde anidan las brujas y los búhos.
Entonces los gallos salvajes, los urogallos, cantan desde las ramas. Ellos llaman a ellas, y ellas acuden. Es noche todavía cuando el baile se desata en los cantaderos. Antifaces rojos, picos blancos, negras barbas: los urogallos y las urogallinas se menean como mascaritas de carnaval.
Los cazadores se agazapan en el bosque, con el dedo en el gatillo.
Es muy difícil atrapar a los urogallos, que viven metidos en sus escondrijos, a salvo de todo peligro. Pero los cazadores saben que esta fiesta, la danza del encuentro, los vuelve ciegos y sordo mientras dura.

·^08 setiembre, 2005^·

Pájaros

[016]
La casa, construcción de paja y de ramitas, es mucho más grande que su habitante.
Pero alzar la casa, entre los matorrales espinosos, lleva no más que un par de semanas. El arte, en cambio, exige mucho tiempo de trabajo.
No hay dos casas iguales. Cada cual pinta su morada como quiere, con pintura hecha de bayas machacadas, y cada cual la decora a su manera. Los alrededores se alindan con tesoros arrancados del monte o de la basura de algún pueblo lejano: la piedritas, las flores, los caparazones de caracoles, las hierbas y los musgos se ubican queriendo armonía; las tapas de botellas de cerveza y los pedacitos de vidrios de colores, de preferencia azules, dibujan anillos o abanicos en el suelo. Las cosas van cambiando mil veces de sitio, hasta que encuentran el mejor lugar para recibir la luz de cada día.
Por algo estos pájaros se llaman caseritos. Ellos son los arquitectos más alegres de todas las islas de Oceanía.
Cuando ha concluido la creación de su casa y jardín, cada pájaro espera. Espera, cantando, que pasen las pájaras. Y que alguna detenga su vuelo y vea su obra. Y que lo elija.

·^07 setiembre, 2005^·

Peces

[015]
¿Señor o señora? ¿O los dos a la vez? ¿O a veces él es ella, y a veces ella es él? En las profundidades de la mar, nunca se sabe.
Los meros, y otros peces, son virtuosos en el arte de cambiar de sexo sin cirugía. Las hembras se vuelven machos y los machos se convierten en hembras con asombrosa facilidad; y nadie es objeto de burla ni acusado de traición a la naturaleza o la ley de Dios.

Moral y buenas costumbres

[014]
La encerraron en una habitación, atada a ala cama.
Cada día entraba un hombre, siempre el mismo.
Al cabo de algunos meses, la prisionera quedó embarazada.
Entonces la obligaron a casarse con él.
Los carceleros no eran policías, ni soldados. Eran el padre y la madre de esta muchacha, casi niña, que había sido descubierta cuando se estaba besando y acariciando con una compañera de estudios.
En Zimbabwe, a fines de 1994, Bev Clark escuchó su relato.